Para Miguel Tonathiu; por lo que no hizo.
La noche pinta para enchilarse los dedos. Una velada con poesía y música desde Jalapa, e incluso desde los Ángeles, California, EU. La mesa la integran los poetas veracruzanos Óscar Sobal Cruz, Yamir Castilla, Estrella Del Valle (quien vino de Los Ángeles) y en la música Aníbal Fily Hernández Sosa; la poeta tlaxcalteca Isolda Dosamantes y para cerrar la mesa Leticia Luna. Noche de reencuentro en el marco de la página, en una sala de lectura en medio del atrio de esta casa llena de libros que es Donceles 66.
Arranca la mesa con Isolda Dosamantes que despliega una parte de su “Abanico” de colores y poemas, después de su regreso de China, donde radicó durante tres años. Poesía hecha con sutiles trazos que figuran letras. Ventanas que dejan entrever emociones de nostalgia, quizá un poco los kilómetros, otro tanto la cultura amurallada de los chinos. El manejo del oficio natural que Isolda ejerce nos lleva a disfrutar de unos poemas de figuración táctil, y al mismo tiempo nos deja una tenue marca de alcohol en la muñeca izquierda de la mano.
El segundo de la mesa es Óscar Sobal, quien radicó un tiempo en San Francisco, y nos trasporta al choque interracial, al sofoco en una sociedad rígida, demarcada por lenguajes marginales, consignas de protestas bilingües que apenas son un puente entre dos idiomas; dos formas de mundo que como ojos de araña, apenas componen una pequeña parte de la compleja imagen global de ese mundo. Cerró con un poema que todos recordarán en las mañanas cuando las panaderías sin abrir sus puertas llamen a la comunidad a comprar un recién salido pan del horno.
Yamir Castilla sacó a relucir sus cualidades histriónicas: su capacidad para declamar, recordar un poema y masticarlo, dejarlo caer sobre la mesa del público. Su trabajo tiene el zurcido necesario para consolidar piezas formales, firmes, no de fácil ruptura. Sólidas, aunque un tanto tirándole a trajes sastres. Lúcido con la lectura: certero con las palabras y la consolidación de los poemas.
En su turno Estrella del Valle dejó en claro que no se puede vivir tranquilamente en la casa de nadie, cuando un cuchillo es la posibilidad de cobrar viejas venganzas. El arma de la palabra como un ultimátum para el que se atreva a amenazar, o tan sólo dejar entrever que algo sucio se trae entre manos. Aquí, en su sangrienta comida, en su desgranado y sucio mantel, incendia el despojo de los puercos que día a día intentan hacer la vida compleja con simples palabras vulgares. Los coloca en la caldera y luego prende el cerillo.
Para cerrar la noche, Leticia Luna leyó algunos clásicos. Las hijas de la luna, quizá por este reencuentro no tan frecuente, y también aquel del graffiti sobre el conejo, sobre el ojo blanco, sobre la luz obscura, sobre esa materia opaca que enciende en la noche para mostrarnos que la poesía es un rayo invisible para quien ignora que las palabras están hechas de carne y hueso.
Con broche de música, anibalfily llenó el sitio con la armonía de su poesía en voz de una guitarra rítimica y armónica.